miércoles, 2 de enero de 2013

Ajuste de cuentas.


Hay cosas que se deben decir.  Ese es el principio que sigo a la hora de afrontar este espacio donde voy a ir incluyendo distintos textos, que no son sino ideas que siempre estuvieron ahí, en mi cabeza, fruto de mis sueños y de mis frustraciones.  Hay cosas que no se deben callar, y de las que deben quedar constancia.  Palabras que deben permanecer, no para dar una falsa sensación de importancia ni grandilocuencia, no para parecer más interesante ni porque crea que mi verdad es más verdad que otra. 

Como escritor, cada proyecto que asumo tiene una finalidad, o varias.  Muchos de ellos se quisieron afrontar después con otros formatos, como el cine, el teatro o la ópera; los hay que intentaron instruir; otros, sencillamente, quisieron compartir aficiones, gustos, aprendizajes; algunos sólo quisieron plasmar un sentimiento, una sensación; pero los que ahora me conciernen quizás no cumplan ninguno de esos objetivos.  Quizás, siquiera, no conciernan a nadie más.  Son palabras que quiero dejar ahí, por si alguien, alguna vez, quiere leerlas, compartirlas. 

Pero es falso eso que algunos escritores dicen sobre las palabras que nadie lee.  Esos escritos que se hacen sin la pretensión de que nadie los lea.  Todo el mundo escribe para alguien, siempre.  Yo también, claro.  Y con estos textos no pretendo caer mejor ni peor, no pretendo ganarme la amistad de nadie, ni la compasión, ni el perdón.  No pretendo dejar una imagen distinta a la que haya dejado con otros trabajos.  Si cree que es así, por favor, deje de leer.

Aclarado todo esto, por otra parte algo innecesario, concluyo este breve prólogo.

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